Si analizamos las dos últimas décadas, los años llamados buenos batimos récords de producción, con cosechas que hace 20 años ni podríamos imaginar
ras dos años de cosechas generosas e incluso abundantes en Castilla, no nos hemos de olvidar de donde estamos, ni como decía la canción, de donde venimos.
La cultura cerealista de secano en la meseta norte se caracteriza por un clima semiárido, con inviernos fríos y unas primaveras irregulares, que marcan el devenir de las cosechas de nuestros cereales. En pocas semanas vemos como los campos cambian de color, y no siempre es el que más nos gusta.
La investigación en mejora genética es el principal aliado que vamos a encontrar para combatir los efectos de este clima tan irregular, y extremo que nos toca vivir. Ahora se le denomina Cambio Climático, pero para nosotros siempre han sido golpes de calor, acompañados de viento cálido que asura nuestros campos.
El estrés que provocan estas altas temperaturas hace que los cultivos de trigo, cebada, triticale, centeno y avena inicien su fase senescente antes de tiempo, lo cual merma la cosecha de grano.
Las empresas de semillas, como se nos conoce familiarmente en el sector, los obtentores de variedades vegetales, como nos gusta que se nos conozca a los que desarrollamos este fascinante trabajo. Hemos puesto todo nuestro conocimiento y herramientas disponibles en la investigación de nuevas variedades que mitiguen estos efectos y ayuden al agricultor a tener, mejores cosechas, más seguras y con unos techos productivos mayores, fijando un objetivo primordial, el incrementar el nivel productivo, sobre todo en los años que denominamos malos.
Si analizamos las dos últimas décadas, los años llamados buenos batimos récords de producción, con cosechas que hace 20 años ni podríamos imaginar. Pero hemos de poner el foco en los rendimientos que obtenemos en los años malos. Es aquí donde se ha producido el mayor avance, estamos hablando de un incremento del 20% sobre esos mínimos. No es lo mismo cosechar un año malo 2.000 kilos por hectárea que 2.500, ese umbral inferior es el que nos va a permitir salvar el bache y poder continuar desarrollando nuestra actividad económica.
Todo esto se ha conseguido, y en el futuro se conseguirá adaptando las nuevas variedades de cereal al entorno de cultivo. Definiendo cuáles son las dificultades a superar y trabajando codo con codo con los agricultores, picando piedra, que decían nuestros antepasados.
Las variedades del 2030 ya vienen de camino, y las principales características que encontraremos en ellas os las queremos anticipar y comentar para poder seguir creciendo juntos.
La resistencia a enfermedades del tallo, hoja y del sistema radicular son identificadas y combatidas con genes de resistencia identificados en las colecciones nucleares de cereales que manejamos los obtentores, así como introduciendo otros genes mayores y menores desde otras gramíneas silvestres. Es un proceso lento, pero que nos permite poder solucionar el tema patológico sin recurrir de forma recurrente a productos químicos. La sostenibilidad y el medio ambiente están siempre presentes en nuestro modelo de agricultura del futuro. La biología del suelo y su interacción con el sistema radicular supondrán un gran cambio en el manejo de los nutrientes, y el intercambio planta-suelo, donde la eficiencia en el uso del nitrógeno será un primer paso hacia plantas que necesiten menos aporte de nutrientes externos para mantener los índices productivos óptimos. Menos agua, y menos nutrientes, para producir más cosecha y de mejor calidad. Un reto sin precedentes, que está a la vuelta de la esquina.
Mejoraremos en rendimiento, entre un 5-10%, con unos techos inferiores mucho más estables, mejorando los rendimientos mínimos en un 20%. Para conseguirlo tendremos que diseñar variedades más plásticas, con ventanas de siembra mayores, menor carácter invernal, pero manteniendo la resistencia al frío invernal. Esto lo haremos manejando los índices de vernalización y parametrizando los genes que los definen, combinándolos, buscando la mayor eficiencia para poder soportar temperaturas invernales extremas, pero que a su vez inicien la fase vegetativa tan pronto como se supere el cero vegetativo al inicio de la primavera. La fase vegetativa hasta el inicio del encañado se ha de reducir igualmente, para ajustar el ciclo al nuevo mapa climático. Podemos hablar de reducir hasta un máximo de 5 días las fechas de espigado en trigos y cebadas, para conseguir un fenotipo asimétrico, que pueda ajustarse a la variación térmica del año.
El trabajo siguiente es mejorar la eficiencia en el proceso de llenado del grano, la fase más crítica en los cereales, y al tratarse de una gramínea, hemos de conseguir en este periodo reducir los efectos negativos que puedan mermar la cosechar. Con variedades aristadas (la barba del trigo, de la cebada, del triticale, del Centeno) conseguimos mejorar la actividad fotosintética entre un 3-5 % y a su vez nos sirve como regulador térmico, lo cual evita perdidas de agua en el grano aún lechoso o pastoso. En climas más cálidos y extremos este proceso ya está completado al 100 %, y sirva como ejemplo el trigo duro, donde el 100% de las variedades son aristadas al cultivarse en climas áridos y cálidos. El peso específico es una consecuencia de este trabajo y hemos de mejorar su valor final.
Hemos de adquirir conciencia, y entender que más de 2/3 de los avances del futuro vendrán por la mejora de las variedades, y poder mantener el volumen de inversión en I+D es vital para poder garantizar el éxito de la actividad cerealista.
Trabajar juntos y jugar limpio, respetar las reglas y usar semillas de calidad y certificadas que nos garanticen el éxito de nuestros cultivos, se convierten en el complemento perfecto para conseguir los objetivos establecidos.
Autor: Raúl Tarancón. RAGT Ibérica. IA Solutions.