A pesar de los más de 30 años de implantación de la PAC en España, en la que se han ido abordando cada vez objetivos más orientados al cuidado del medio ambiente, todavía siguen apareciendo noticias en las que se advierte del cada vez más deteriorado estado de los ecosistemas agrarios en nuestro país. No es raro encontrar cada año, con ocasión de la celebración del día mundial del suelo o del medio ambiente, informes y cifras en los que se habla de altos porcentajes de suelo en riesgo de desertificación, muy degradados y pobres en contenidos de materia orgánica, por no mencionar los problemas que el cambio climático ocasiona sobre los agroecosistemas. Es lógico pensar que, si la PAC se está enfocando cada vez más, a través de sus sucesivas reformas, a fomentar la implantación de prácticas agrarias más sostenibles, este tipo de noticias deberían tender a desaparecer, muy al contrario de lo que está ocurriendo en la actualidad. El Parlamento Europeo ha alertado del coste de la inacción en materia de conservación de suelos en Europa, y la cifra económica es de 50.000 millones de euros anuales. La cifra medioambiental es incalculable.
La nueva PAC, cuya reforma está actualmente debatiéndose entre el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación y las Consejerías competentes en la materia, ha fijado unos objetivos medioambientales muy claros, centrados en la mitigación y adaptación al cambio climático, el desarrollo sostenible y la gestión eficiente de los recursos naturales, y la protección de la biodiversidad, potenciación de los servicios ecosistémicos y conservación de los hábitats y paisajes. Éstos son sin duda los grandes retos que han de abordarse a partir del 2023, año en el que se espere que esta reforma entre en vigor, y España no puede permitirse el lujo de perder otros 30 años en los que los suelos se sigan degradando, perpetuando la práctica de sistemas de manejo basados en el laboreo, emisores de Gases de Efecto Invernadero, que fomentan la erosión y la pérdida de materia orgánica, no aprovechando el potencial secuestrador que tienen los suelos agrarios.
La buena noticia es que existen sistemas sostenibles como los basados en los principios de la Agricultura de Conservación, cuya aplicación práctica es la Siembra Directa, con coberturas permanentes y rotación de cultivos, capaces de revertir esta situación y contribuir al cumplimiento de los objetivos de la nueva PAC y de las prioridades identificadas en el Plan Estratégico Nacional, logros que están avalados en todo caso por la ciencia. De todo ello ha tomado buena nota el Ministerio de Agricultura, estando actualmente incluidas este tipo de prácticas en los eco-esquemas a través de la Siembra Directa en cultivos anuales y las Cubiertas Vegetales en los leñosos. La FAO lleva más de 20 años promoviendo el uso de la Agricultura de Conservación en todo el mundo, por su contribución a la mejora de la vida en las zonas rurales y sus contrastados resultados en materia ambiental.
Estudios realizados en España constatan los beneficios de la Agricultura de Conservación, la Siembra Directa permite secuestrar casi 1 tonelada más de carbono por hectárea y año que el laboreo convencional, como viene demostrando iniciativas a nivel europeo como el proyecto LIFE Agromitiga. Por otro lado, la supresión de las operaciones de laboreo supone el ahorro de hasta el 60% del consumo de combustibles fósiles, con lo que ello supone para la reducción de emisiones de Gases de Efecto Invernadero. Además, su puesta en práctica permite reducir la erosión en un 90%, lo que significa dejar de perder 9 cm de suelos en los próximos 50 años. No debemos olvidar que 1 cm de suelo puede tardar en formase ente 100 y 1000 años. Por último, y en lo que respecta a conservación y mejora de la biodiversidad, diversos estudios científicos constatan como las poblaciones de pequeños artrópodos, lombrices y microrganismos se incrementan en los suelos en Siembra Directa, llegando a duplicarse y a triplicarse según los casos. De manera colateral, el incremento de esa fauna auxiliar favorece a la fauna avícola de los ecosistemas agrarios.
Es por todo ello, que la Agricultura de Conservación, entendida como una práctica basada en sus tres principios fundamentales, contribuye de una manera integral a los objetivos medioambientales de la PAC, justificando así su inclusión como eco-esquema. Pero el reto no sólo debe quedar ahí. Si realmente se pretende abordar dichos objetivos, es necesario dotar a dicho eco-esquema de una cuantía lo suficientemente incentivadora para que haya una transformación real y se revierta la situación actual de degradación de los suelos en España.
Hoy en día estamos viviendo el resultado de décadas de inversiones PAC en sistemas agrícolas, que se basan en el laboreo intensivo del suelo para controlar las hierbas adventicias y preparar el lecho de siembra. Es el momento de apostar por la Agricultura de Conservación. De igual modo que no existe un Planeta B, no hay un Suelo B.